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23 de junio de 1912 – Nacimiento de Alan Turing, matemático y precursor de la informática

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
J.L. BORGES
Dice Isaac Asimov que, más que en el conocimiento, el deleite mayor está en el descubrimiento, en la comprensión. Entender algo parece equivaler a poder crearlo: ser capaz de reproducir sus elementos y mecanismos. Así, la fantasía de reproducir lo que somos capaces de hacer es también la fantasía de comprender lo que somos capaces de hacer. ¿Puede una máquina pensar? ¿Es esto propio del ser humano? ¿La imitación de características de inteligencia es inteligencia? Alan Turing marca un punto de inflexión para estas preguntas que habrán tenido muy diversas manifestaciones a lo largo de la historia.
Alan Mathison Turing, nacido en Paddington, Londres, el 23 de junio de 1912, fue un matemático, lógico, científico de la computación, criptógrafo, filósofo, maratonista y corredor de ultra distancia británico. Uno de los personajes más influyentes en la historia de su siglo, al ser (como lo consideran muchos) el padre de la computación moderna, tras concebir lo que se conoció como la máquina universal de Turing, esencialmente la idea de las computadoras como las conocemos hoy.
Su historia, como la de la humanidad, tiene un antes y un después de la guerra.
De familia de clase media alta, vivió las ventajas socioeconómicas del imperio británico y la decadencia ante la crisis política y económica. De ahí, señala Hodges (1983), su caracterización como un miembro de una generación formada con valores antivictorianos. Pero antes de esa rebelión ideológica, fue formado en los valores sociales y de educación privilegiada, que le permitió desarrollar un gran interés en ciencias y formarse como matemático y acercarse a las discusiones más recientes en física, así como a cuestionamientos de orden filosófico y lógico.
Durante su formación en Cambridge, como alumno de Max Newman, se familiarizó y encantó con el problema conocido como el problema de decisión de Hilbert, clave en la historia de los fundamentos de las matemáticas, acerca de la posibilidad de que exista un algoritmo que pueda evaluar (decidir) la validez de los enunciados matemáticos de primer orden. A diferencia de las aproximaciones estrictamente lógicas y matemáticas, Turing abordó el problema con total innovación, al definir los llamados “números computables”, e imaginar una máquina computadora.
En términos generales, una máquina universal, o máquina de Turing es un modelo teórico de ordenador con infinita memoria disponible, cuya relevancia ahora resulta de considerar en este modelo que de todo problema de cómputo que sea resoluble en una máquina de Turing, también lo será en una computadora, y viceversa (Turing, 1936).
Los disturbios internacionales interrumpieron el trabajo de Alan, al sumarlo en el estudio y ejecución de proyectos de criptografía: durante la Segunda Guerra Mundial se dedicó a descifrar códigos del frente alemán, particularmente los de la máquina codificadora Enigma, en la sección Naval Enigma de Bletchley Park. Si bien la confidencialidad de tal tarea no permitió que Turing hablara nunca de su misión, actualmente es uno de los hechos por los que es mayormente conocido.
Al concluir la guerra, volvió a su aspiración de construir una máquina universal, que no fuera ya meramente teórica, con lo que diseñó y materializó varios de los primeros equipos de cómputo digitales.
Frente a la efectiva creación de computadoras digitales que simulaban algunos aspectos de la inteligencia, hacia 1950, surge la pregunta de si es posible que una máquina piense. Sin embargo, evadiendo la ambigüedad de la pregunta bajo esa forma, Turing prefiere plantearla en términos de si una posible máquina sería capaz de realizar lo que nosotros hacemos requiriendo inteligencia, la llamada Prueba de Turing, y a la que este se refirió como el “juego de la imitación” (Turing, 1950).
Se trata de un juego hipotético donde en principio participan un hombre, una mujer y un tercero cuyo sexo no interesa y que será el examinador de los otros dos. Los primeros dos participantes son anónimos al examinador, quien les plantea preguntas (como “¿qué tan largo es su cabello?”, etc.), a las que uno de ellos responde ayudando a quien interroga y otro intentando hacer que los identifique erróneamente. La cuestión es si cuando una computadora ocupara el lugar de este último (el jugador que pretende inducir al examinador en el error) haría evidente alguna diferencia que le identificara; es decir, si la máquina puede hacerse pasar por, y conseguir los mismos resultados que si en su lugar estuviera la mujer, por ejemplo. El problema no radica en las facultades de la ingeniería, sino en decidir si en las estructuras de lo computable se alcanza a reproducir lo que con inteligencia se es capaz de hacer.
Lo que el matemático consiguió mostrar es que con una máquina digital es posible imitar el comportamiento de cualquier máquina de estado discreto, propiedad denominada universalidad. Pues bien, si el cerebro es considerado una de ellas, una computadora digital bien programada y con suficiente espacio de almacenamiento, puede perfectamente imitarlo. Una máquina, efectivamente, podría superar la prueba del juego de las imitaciones.
Ante los cuestionamientos a si eso es verdaderamente inteligencia, o mera imitación, en el sentido de que las máquinas solo son capaces de hacer para lo que estén configuradas y se les ordene hacer, propone Turing lo siguiente: algunas de las funciones mentales son estrictamente operaciones explicables en términos mecánicos; esto no corresponde a la mente propiamente, sino a una especie de cubierta que hay que quitar para desentrañar la mente real. Pero nos encontramos con más y más funciones de este tipo. Ocurre lo que con una cáscara de cebolla que no es la cebolla, a la que si procedemos quitando cada cáscara que no es lo que buscamos, nunca llegaremos.
Como señala Newman, es inconcebible desde una perspectiva actual, calcular la magnitud de lo que representa la innovación y la audacia de especular sobre tiras de papel perforadas al pensar en los fundamentos de las matemáticas. Y más aún, involucrar “estados anímicos”, o preguntas relacionadas con lo mental, en artículos de ciencias exactas.
Su interés por comprender lo humano es observable en aproximaciones teóricas como sus especulaciones en su ensayo Nature of Spirit, de 1931, donde dilucida en torno a temas como el libre albedrío; pero también en actos de relación con los otros, como su ayuda a refugiados judíos alemanes durante el régimen nazi; o de relación consigo mismo, por ejemplo al nunca haberse reprochado su homosexualidad, o haberse permitido gestos de autenticidad en su desaliñada e informal forma de vestir, que lo caracterizaba como un excéntrico.
Alan Turing fue, sin duda, una mente brillante: matemático y lógico, descifrador de códigos e inventor, pensador, deportista; sensible y honesto, soñador. Pero a pesar de ello, víctima de los rasgos opuestos. Tras ser juzgado por su homosexualidad, fue obligado a la castración química, con consumo de estrógeno para reducir el impulso sexual, y desde luego, retirado de toda posibilidad de continuar trabajando, al ser considerado un atentado a la seguridad.
Al mismo Turing le preocupó que este dictamen resultara más relevante que su trabajo. Escribió en una carta a su amigo Norman Routledge:
Temo que en el futuro haya quien recurra al siguiente silogismo:
Turing cree que las máquinas piensan
Turing yace con hombres
Luego las máquinas no piensan
La carta la firma “afligido, Alan”.
En el pecado (por Eva) y la ciencia (por Newton), las manzanas son un gran símbolo. Alan, que fuera un entusiasta admirador de Blancanieves y los siete enanitos, la primera película animada de Disney, consume una manzana impregnada de cianuro, y muere por decisión propia un 7 de junio, en 1954, condenado en calidad de criminal, con cargos de ultraje a la moral.
En 2009, el primer ministro inglés, Gordon Brown, ofreció disculpas públicas por el trato que se le dio desde el ámbito público, y en 2013 –59 años después de su suicidio– la corona británicale otorgó oficialmente el perdón real.
Turing no habría imaginado el contexto en el que ello ha ocurrido, en un mundo en el que en casi todos los bolsillos, casi todas las personas, guardan máquinas digitales que reciben comandos en lenguaje natural, incluso a través de voz; de mensajes cifrados, de machine learning, de internet de las cosas. ¿Hablamos hoy de inteligencia artificial en el mismo sentido en que imaginaba Turing? ¿Son nuestros teléfonos, equipos, sistemas, inteligentes, pensantes? ¿O llegarán a serlo? Significaría que son buenos imitando acciones nuestras. Si las máquinas han de imitarnos, que lo hagan con lo mejor de nosotros.
Referencias bibliográficas
Hodges, A. (1983). Alan Turing: Life and Legacy of a Great Thinker. Springer, Heidelberg.
Leavit, D. (2006). Alan Turing. El hombre que sabía demasiado. España: Editorial Antony Bosch.
Turing, A. (1937). On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem. Proceedings of the London Mathematical Society, 42 (1), pp. 230-265.
--------------. (1990). La maquinaria de computación y la inteligencia. En M. A. Boden (Comp.) Filosofía de la Inteligencia Artificial. México: Fondo de Cultura Económica.
Créditos
- Texto: Mayela García
- Ilustración: Carolina Hernández